El Juampa
La Razón La primera vez que lo vi yo había llegado 30 segundos tarde (todavía era tiempo de relojes y el mío tenía hasta segundero). Me miró y me dijo: “pensé que ya no ibas a venir”, “pero llevo sólo 30 segundos de retraso”, le dije, y él me respondió con un lacónico “por eso”. Entramos a su pequeño departamento y nos sentamos a trabajar. Me impresionó su espartanismo. La mesa chiquita con cuatro sillas de madera, un estante de libros que eran tablas sobre ladrillos, una cama que era un colchón sobre el suelo y una pequeña cocina. Muchas tardes pasaríamos ahí copiando a sténciles los artículos que publicaríamos en nuestro periódico. Como ahí no invitaban ni tecito, recuerdo que a la segunda reunión aparecí con mi bolsa de panes (finalmente yo era un adolescente en pleno crecimiento). Ni música ni charla, sólo el ruido de las dos máquinas de escribir y de nuestras plumillas rasgando el sténcil para poner los títulos. Como usted se habrá podido imaginar, estábamos en plena dictadura gar