El Juampa

La Razón
La primera vez que lo vi yo había llegado 30 segundos tarde (todavía era tiempo de relojes y el mío tenía hasta segundero). Me miró y me dijo: “pensé que ya no ibas a venir”, “pero llevo sólo 30 segundos de retraso”, le dije, y él me respondió con un lacónico “por eso”. Entramos a su pequeño departamento y nos sentamos a trabajar. Me impresionó su espartanismo. La mesa chiquita con cuatro sillas de madera, un estante de libros que eran tablas sobre ladrillos, una cama que era un colchón sobre el suelo y una pequeña cocina.

Muchas tardes pasaríamos ahí copiando a sténciles los artículos que publicaríamos en nuestro periódico. Como ahí no invitaban ni tecito, recuerdo que a la segunda reunión aparecí con mi bolsa de panes (finalmente yo era un adolescente en pleno crecimiento). Ni música ni charla, sólo el ruido de las dos máquinas de escribir y de nuestras plumillas rasgando el sténcil para poner los títulos. Como usted se habrá podido imaginar, estábamos en plena dictadura garciamecista.

Con el tiempo, fui observando muchas facetas de él. Su forma de hacerse el duro cuando en el fondo era un hombre hasta diría sentimental. En medio de su dureza por la disciplina, recuerdo que me llamó la atención por bostezar en las reuniones de las seis de la mañana. Le dije que durmiendo las cuatro horas que dormía no había otra salida. En esos tiempos teníamos muchas publicaciones y pasábamos horas en la noche con Rosmery corrigiendo pruebas de galera.

Molesto por mi falta de sueño, un buen día determinó que yo no fuera a una marcha y lo dijo así en la reunión.

Cuando todos partieron de las oficinas de la Federación Universitaria Local donde estábamos, me dijo que me fuera a dormir sobre la mesa del cuarto interior. Era su cara más humana. Leía mucho y se notaba que buscaba sus propios caminos, aunque frecuentemente aparecía como “el Delfín del Jefe”, por ello muchas veces tomaba las mismas posturas autoritarias y arbitrarias de Guillermo.

Volvamos a los libros. Casi nunca prestaba libros. Pero hizo una excepción conmigo y me dio El Estado y la Revolución, de Lenin. Cuando se lo devolví me dijo que la biblioteca era la única riqueza de los revolucionarios. Aún hoy creo en esas palabras.

Tenía la sonrisa rápida y generalmente se mostraba inflexible a la hora de castigar. Pero también comprendía la pobreza de los demás. Finalmente, somos nuestras contradicciones. Mucha agua ha corrido desde esa tarde que llegué segundos tarde a la reunión. En medio de eso, el jefe lo expulsó del partido por el delito de pensar por sí mismo e intentar tener un balance diferente.

Pero el Juan Pablo Bacherer no se rindió, siguió peleando, hizo su organización y militó hasta que un día su corazón muy grande (sufría de chagas) lo traicionó y le dio una embolia. Recuerdo lo duro que fue para mí que me preguntara qué venía después del 15, cuando le pregunté: ¿qué día de abril era su cumpleaños?

En pocos días se cumplirán 10 años de su muerte, y al pensar sobre qué escribir, me acordé de él, acto que siempre es una manera de tenerlo vivo.

Jaime Iturri Salmón
es periodista.

Comentarios

  1. Ya era hora de que alguien mas escribiera sobre juanpa.../Rubens

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