Enorme, también en sus errores

El primer recuerdo que nos sobreviene a la noticia de la muerte del Viejo es el de su estampa erguida en la Plaza del Minero, en Siglo XX, durante la campaña electoral de 1985. A sus espaldas tenía el monumento a su hermano, César Lora, asesinado en 1965 cuando desarrollaba una experiencia extraordinaria en Latinoamérica: la organización de sindicatos clandestinos durante la dictadura de René Barrientos. Delante de Guillermo, lo escuchaban unos dos mil mineros recién salidos del turno tarde. En ese altiplano que parece cruzado por todos los vientos del mundo, Lora hablaba en un tono sorprendente:

-Sabemos que ustedes van a votar por Víctor Paz (Estenssoro), porque se han creído el cuento de que con él van a seguir las minas y que si gana (Hugo) Banzer las minas cierran. Les han engañado: Víctor Paz va a cerrar las minas igual que Banzer. Por ese cuento, ustedes se van a comportar como un hato de traidores. Tan traidores son ustedes que van a votar en contra de la sangre de sus mártires (y señaló el monumento a César). Pero no importa, ustedes son la vanguardia del proletariado de Bolivia, volverán de esto y nos volveremos a encontrar en el combate, como tantas veces...

Con los compañeros nos miramos como preparándonos para salir corriendo, pero no. Esos mineros endurecidos, curtidos en los socavones y en tantas peleas, lo escucharon en silencio y en silencio se fueron, cabizbajos, cuando Lora terminó de hablar.

Ese hombre se había ganado el derecho a la palabra.

En esa misma campaña, en una entrevista por televisión, un periodista lo llamó "doctor":

-Le ruego que no me llame doctor -le contestó Lora. En principio, porque no lo soy. Pero, además, es un título hasta ofensivo... Nada más desagradable que ser un doctor altoperuano.

Por entonces, cuando el POR era todavía un partido dinámico, presente en todas las grandes luchas de la clase obrera y un factor indudable de la situación política del país, bastaba decir "don Guillermo" en cualquier punto de Bolivia para que todos supieran de quién se hablaba. Era, para la prensa y para el pueblo, uno de los "cuatro viejos", con Víctor Paz, Hernán Siles Suazo y Juan Lechín Oquendo.

Alguna vez, cuando era diputado y años antes de llegar a su malhadada presidencia, Gonzalo Sánchez de Lozada, que disfrutaba de exhibir su cinismo en público, admitió poco antes de unas elecciones que él mentía a menudo. Cuando el periodista le preguntó si no temía que esa confesión le quitara votos, contestó:

-No, a la gente no le importa que los políticos mientan. Si le importara, votarían a Lora que no miente nunca. Pero no lo votan a él.

Incansablemente, Lora explicaba que el POR se había desarrollado por afuera de la IV Internacional y que ésa había sido su mayor desgracia: "No hemos podido hacer nuestra, en un organismo común, la experiencia de los revolucionarios de otros países, y no les hemos podido trasmitir la nuestra. Pero hay algo peor: nuestros camaradas piensan que esa desgracia nuestra es un mérito".

Sin embargo, una y otra vez caería en lo que criticaba en sus camaradas, casi como si hablara de sí mismo. A veces trasmitía una convicción íntima que tenía: si la Internacional Socialista se había desarrollado sobre la base de la poderosa socialdemocracia alemana, y la Internacional Comunista montada sobre la Revolución Rusa y el Partido Bolchevique, la IV tendría su gran punto de referencia en el POR boliviano cuando estuviera en el poder. El Viejo fue un revolucionario enorme también en sus errores, en sus contradicciones.

Muy poco se sabía de su vida personal. Apenas que había nacido en Uncía entre 1920 y 1922, que había tenido un maestro y amigo en su padre terrateniente y que jamás hablaba de su madre. Algún biógrafo que aún no escribió su biografía encontró, sin que Lora supiera, algunas cartas de amor apasionado dirigidas a Agar Peñaranda, revolucionaria formidable, primera mujer que integró el comité central del POR y fue rectora de la Universidad de Sucre en la Bolivia machista de los años 50 del siglo XX.

Ahora, su muerte reformula la necesidad de asimilar críticamente la enorme experiencia del POR, de cual habrá de partir la reconstrucción del partido revolucionario en Bolivia.

Quienes lo conocimos y militamos con él sabemos que nuestra vida política no sería igual sin ese contacto con Lora.

Es la época de la revolución proletaria y de ninguna otra, decía una y otra vez.

Así es, camarada. Hasta la victoria, Viejo.
Alejandro Guerrero

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