Grecia: "La última etapa de la crisis"
Por Jorge Altamira
Paradoja cruel. Bastó con que se conociera el tan reclamado rescate de Grecia para que, en poco más de 24 horas, quedara en evidencia que su default (cesación de pagos) es imparable. La duplicación de la suma adjudicada al salvataje –de 60 mil a 120 mil millones de euros– causó el efecto inverso al esperado, pues la magnitud de la operación puso de relieve la insolvencia del Estado griego. La repercusión internacional del hundimiento helénico fue impresionante: la caída de las Bolsas de Madrid o Milán fue catastrófica, pero además no dejó indemnes a las de Nueva York o Shangai, ni a la de San Pablo. La caída de Grecia traza una línea divisoria en el recorrido de la bancarrota capitalista mundial: la primera etapa va desde la crisis del banco de inversión norteamericano Bear and Stern, en julio de 2007, hasta el derrumbe de Lehman Brothers, en septiembre de 2008; la segunda, desde esta fecha hasta el default inminente de Grecia que se desarrolla en estos días. Vuelve a la escena lo que los analistas anglosajones llaman el “counterparty risk”, o sea la amenaza de bancarrotas financieras, que se estimaban superadas a partir de las emisiones masivas de dinero por parte de los bancos centrales –en especial de Estados Unidos y China.
‘Ajuste’ criminal
La causa fundamental del hundimiento del plan de rescate, incluso antes de que se pusiera en marcha, es el monstruoso ajuste que exige al pueblo griego. La poda gigantesca del poder adquisitivo de la población –bajo la forma de reducciones salariales y jubilatorias, aumentos siderales de impuestos al consumo, serrucho enorme al gasto social– augura una agudización de la recesión económica que no puede sino agravar la incapacidad del fisco para honrar la deuda pública. Precisamente por esto, se estima que ésta debería aumentar en el período del ajuste, no solamente en proporción al PBI sino también en términos absolutos (esto como consecuencia de la necesidad de tener que pagar tasas de interés muy superiores a la media del mercado internacional). O sea que la miseria social iría acompañada por una acentuación de la vulnerabilidad fiscal y de la financiera. Ocurre que la mayor parte de la deuda pública de Grecia se encuentra en manos de bancos locales, aunque dominados por las bancas de Francia y de Alemania. Esta circunstancia ya ha suscitado una corrida de depósitos y una fuga de capitales (al paraíso fiscal de Chipre). En Argentina, en 2001, cuando fungía de ministro de Economía, López Murphy intentó una operación deflacionaria similar, aunque de proporciones infinitamente menores. Su fracaso, debido a la resistencia popular, selló el final de “la penúltima etapa de la crisis” y el ingreso en “la última”: la de Cavallo. El plan de rescate para Grecia venía a cumplir la misma función que el “blindaje” organizado por Cavallo con los bancos internacionales – utilizar dinero público para financiar la fuga de capitales que ponga a los bancos a reparo del ‘default’ inevitable de Argentina. Está absolutamente fuera de cualquier duda que el golpe decisivo al rescate-ajuste de Grecia ha sido propinado por la colosal movilización de las masas de Grecia, que todos los círculos financieros daban por descontada y que se manifestó en la huelga general del 5 de mayo. En la supermilitarizada Grecia –el país que gasta más en armamentos, en términos relativos, de toda la Unión Europea– la crisis ha impulsado a las calles al personal de la policía y del ejército.
Bancarrota de Europa
Sin embargo, del mismo modo que puso de manifiesto la inevitabilidad del ‘default’ griego, el rescate dejó al desnudo que el epicentro de la bancarrota no se encuentra en Grecia sino en Alemania y Francia. La evidencia de que la crisis griega amenazaba la sustentabilidad de los bancos públicos germanos (Landesbank) fue lo que precipitó a la primera ministra Merkel a decidirse por el plan de rescate que había rechazado hasta ese momento en forma consistente.
No es solamente que esos bancos están fuertemente expuestos en Grecia: Alemania, además, sufre una de las tasas de desocupación y jornadas reducidas de trabajo más altas del mundo -y su deuda pública llega ya al tope establecido por los acuerdos de la UE. Alemania necesita el dinero, en primer lugar, para sí misma. Otro indicio de la desesperación que determinó el anuncio del rescate fue la decisión del Banco Central Europeo de aceptar títulos ‘basura’ de la deuda griega (en poder de los bancos locales) como garantía para otorgar préstamos en forma directa. Es claramente una operación de fuga de la deuda griega para beneficio de los bancos locales y de los extranjeros que son acreedores de ellos. El plan de rescate no es tampoco una operación conjunta de Europa sino una colección de préstamos de diferentes naciones a Grecia, al extremo de que España –ella misma en ‘default’ (tanto público como, especialmente, privado)– aparece en la lista de los rescatistas de Grecia. Es claro que una operación de este tipo no tiene condiciones de repetirse en el caso de que fuera necesario para otros países; por eso dejó en evidencia que se trata de la única bala que tiene el cargador. Esto provocó una corrida contra las deudas públicas de varios países. La UE fue incapaz de financiar el rescate con la colocación de una deuda propia en los mercados –como hace, por ejemplo, Estados Unidos. O sea que carece de los instrumentos de un rescate –una falencia que desnuda la impotencia política de la UE. Los alemanes recurrirán a los bancos públicos (en la picota) para cubrir su parte del préstamo a Grecia, los cuales buscarán financiarse con el Deutsche Bank y el Commerzbank, aunque en términos precarios. Como se ve, llegado a este punto, la bancarrota de Grecia desnudó la envergadura de la crisis capitalista en el conjunto de Europa.
Chau, Keynes
Bien entendida, sin embargo, la crisis, en este estadio, ya presenta un alcance mucho más amplio. Europa ha quedado dividida en dos tandas de países con perspectivas que los antagonizan entre sí cada vez más. Los países que coquetean con el ‘default’ tendrán, de aquí en más, un costo de financiamiento creciente que los alejará de los Estados más sólidos en las fases ulteriores del desarrollo capitalista. La UE ingresa en una etapa centrífuga. La otra cuestión no deja de ser menos impresionante: se impone un programa deflacionario, como ocurrió en la crisis del ’30, arruinando las ilusiones de esa suerte de kirchnerismo mundial que aseguraba que el capitalismo ingresaba en una etapa de intervencionismo estatal y de keynesianismo. Aunque cualquier juicio al respecto podría ser prematuro, el descenso de la cotización de la onza de oro en los últimos días solamente podría explicarse en función de una perspectiva deflacionaria.
Para algunos de los más calificados observadores, estaríamos asistiendo a un plan de desmantelamiento parcial de la Unión Europea bajo la batuta de Alemania, que habría ganado a Francia para la causa. Bajo la presión de los intereses exportadores de la industria germana, el gobierno alemán promueve, en primer lugar, vía la dilación del rescate a los países del sur de Europa, una devaluación del euro –que la pondría en mejor posición competitiva frente a Estados Unidos y China. En segundo lugar, estaría organizando una salida ordenada de las naciones sudeuropeas, pero que podría incluir a Irlanda y a Bélgica. Después de la disolución de la Unión Soviética, un desmantelamiento de la UE se convertiría en testimonio de la debacle capitalista. La lucha por el mercado mundial cobra cada vez más peso en la crisis, como lo demuestra la disputa chino-americana por la cotización del yuan de China. A pesar de las medidas para duplicar las exportaciones norteamericanas por parte de Obama, éstas no logran aumentar y el déficit comercial de Estados Unidos (y, por lo tanto, su deuda externa) no cesa de crecer. En realidad, para numerosos observadores, Grecia no es más que una metáfora de Estados Unidos, cuyo déficit fiscal, endeudamiento público y deuda nacional es, en términos relativos y absolutos, el más alto del mundo. De acuerdo con un informe no publicado del FMI, Estados Unidos necesitaría aplicar, para no ir a un ‘default’, un recorte de gastos equivalente al 9% del PBI –o sea 1,3 billones de dólares.
En ausencia de este recorte, Estados Unidos no podría normalizar su situación financiera, o sea aumentar las tasas de interés (que están en cero) sin llevar a la quiebra al sector público. Aquí está la explicación de la caída de Wall Street durante tres días al hilo, bajo la presión del ‘default’ de Grecia. Para empiojar más la situación, los analistas están de acuerdo en que las ganancias anunciadas por los bancos norteamericanos, en el primer trimestre de 2010, atestiguan una situación similar a la que llevó a la bancarrota a partir de 2007, pues obedecen a operaciones especulativas apalancadas en una proporción enorme por deudas. El aumento de la deuda norteamericana y del déficit fiscal, por un lado, y el que ha habido en la emisión monetaria, por el otro, han agotado en gran parte los recursos e instrumentos para hacer frente al rebrote de la tendencia deflacionaria que asoma con la bancarrota europea. Una breve observación: ya ha comenzado la especulación a la baja contra la deuda inglesa.
Barbas en remojo, de nuevo
A la caída del oro la acompañaron todas las materias primas, lo que pone un signo de interrogación sobre la ‘recuperación’ del sur de América Latina. Asimismo, ha ocurrido un fuerte retiro de capitales, como lo testimonia el derrumbe de las bolsas de Buenos Aires y de San Pablo. Es que, incluso antes que estallara Grecia, en China y Asia está en curso una tendencia financiera negativa como consecuencia del freno que el gobierno chino intenta imponer a los préstamos bancarios y a la especulación inmobiliaria y bursátil. Es que los préstamos incobrables de los bancos, que fueron otorgados para contrapesar la recesión (que se manifestó brutalmente a principios de 2009), superan el 25% de los activos – la proporción más alta en el mundo. Los virajes y contragolpes de la crisis capitalista son la prueba de un derrumbe de las relaciones sociales existentes.
¿Y ahora qué? Como lo señala un cartel colocado en la Acrópolis, curiosamente por el partido menos pensado, el stalinista griego: “Pueblos de Europa, sublévense”.
PRENSA OBRERA
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