España: hay que elegir, ¿democracia del Sol o democracia de Repsol?

En la noche del último escrutinio electoral, las huestes del PP, envalentonadas por el éxito de su partido y la debacle del PSOE, gritaban "esto es democracia y no la del Sol" (refiriéndose a los acampados en el centro de Madrid). La estupidez coreada por los populares ponía, sin saberlo, el dedo en la llaga del sistema capitalista. Con todos sus errores e ingenuidades, el mensaje del movimiento del 15M ataca la esencia de una democracia formal cada vez más desprestigiada y que hace agua por todas partes. El circo parlamentario produce cada día más aburrimiento y asco entre la población.

El derrumbe capitalista ha estrechado los márgenes de maniobra de todas sus tendencias. Conservadores, socialdemócratas, verdes y las distintas fracciones del sistema sólo pueden ofrecer más de lo mismo: el desmantelamiento progresivo del estado de bienestar; recortes de los derechos democráticos, sociales y laborales; tijeretazos de salarios y pensiones, y aumento de los impuestos a los trabajadores y las clases populares... Las diferencias entre la derecha y la izquierda del sistema se reducen a cambios cosméticos y al ritmo en los que se llevan a cabo. Las causas que han dado origen a los "indignados" no hacen más que aumentar.

La democracia de Repsol

La jauría mediática y política, en los principales medios de comunicación, intenta crear un clima de desprestigio y linchamiento contra el 15M. El mensaje es claro: unos centenares de manifestantes "que sólo se representan a ellos mismos" han intentado bloquear la entrada de los parlamentarios "elegidos en las urnas por el pueblo catalán", cuando iban a votar los presupuestos del nuevo gobierno. Una visión superficial del tema diría que la acusación es irreprochable. ¿Pero realmente es así o nos encontramos ante una farsa del sistema?

La principal causa de que los indignados hayan podido organizarse y denunciar la realidad de la pseudodemocracia no es la benevolencia del gobierno, sino la simpatía que han despertado sus demandas. Las diferentes encuestas, incluidas las más derechistas, daban al movimiento una simpatía entre el 66 y el 80% de la población. La operación "limpieza" del sheriff Puig y su prepotencia provocaron el mismo día una de las mayores concentraciones en la Plaza Catalunya.

Las encuestas también revelan que los políticos del sistema y sus partidos están entre las instituciones más desprestigiadas y que son, junto al desempleo masivo, una de las principales fuentes de preocupación de la población. Sin embargo, los resultados de las últimas elecciones parecen contradecir esta visión. Parecería como si la corrupción, la chabacanería y la falta de escrúpulos hubieran sido recompensadas por los votantes.

¿Realmente los parlamentarios son los "representantes legítimos" de la población? La pregunta tiene trampa y hay que darle una vuelta. Hay que hacerla de otra forma: ¿realmente los electores votaron el programa real de los partidos representados en el Parlamento? ¿Los funcionarios votaron a favor del recorte de sus sueldos? ¿Los pensionistas votaron la congelación de las pensiones? ¿Votaron los recortes sociales? ¿Votaron las reformas laborales que recortan los convenios, abaratan los despidos y aumentan el poder de los empresarios sobre los trabajadores? ¿Votaron la participación de las tropas españolas en la guerra de Libia? ¿Las ayudas a los bancos? ¿La privatización de las cajas? Y así hasta el infinito.

La respuesta formal no tiene nada que ver con la real. Los trabajadores y las clases populares no son masoquistas. Los medios de comunicación, al servicio del gran capital, nos machacan diariamente con el mensaje de que lo que se está haciendo es el único camino que existe, mientras silencian o marginan a las voces discrepantes. El miedo al "yo o el diluvio" es el mensaje subliminal que subordina y vuelve dóciles las conciencias. La mayoría de los que votaron a los partidos del sistema desconocían sus programas y, lo que es más grave, desconocían sus programas reales. Muchos votaron a unos para castigar a los otros, sin darse cuenta de que su voto iba a parar al mismo sitio: legitimar los intereses del capital. Otros, asqueados, se sumaron a la abstención, al voto en blanco o al voto nulo, opciones que no parecen importarle a nadie. El sistema nos ha acostumbrado a que parezca normal que la mitad de la población no vote o que no sepa las consecuencias de lo que vota. Una vez depositado el voto en la urna sólo resta esperar, cabrearse y esperar cuatro años más para votar otra de las marcas blancas del sistema. Y así siempre, o por lo menos es lo que ellos pretenden.

No es a la sociedad a la que pretenden salvar, sino al gran capital, y para hacerlo se pretende sofocar toda resistencia e implantar el pensamiento único. Los trepadores y carreristas que pueblan los parlamentos lo saben muy bien, como decía en sus tiempos el señor Alfonso Guerra: "El que se mueva, no sale en la foto".

En los enfrentamientos del pasado miércoles se detectó a policías, vestidos de paisano, infiltrados. El montaje mediático estaba servido. Los medios de comunicación se cebaron ampliamente en la "violencia" de los indignados para demostrar su espíritu "antidemocrático". El sheriff Puig apenas podía disimular su cara de satisfacción.

Sin entrar en el tema de la "violencia", ésta sí estuvo provocada por personas ajenas al movimiento o fue espontánea, hay que recalcar que el principal brote de violencia estuvo en el interior del Parlamento. Violencia contra los trabajadores, funcionarios públicos o de las empresas privadas, quienes serán despedidos como consecuencia de los recortes; violencia contra los niños que verán empeorar la calidad de la enseñanza pública, violencia contra los enfermos que verán cómo se alargan los tiempos de espera; violencia contra todos los que no recibirán las ayudas que necesitan para poder tener una vida digna; violencia, en una palabra, contra la inmensa mayoría de la sociedad. La violencia ejercida por el Estado capitalista, aparentemente legitimado por las urnas.

La democracia del Sol

Las acampadas, que han proliferado por toda la geografía del Estado, son el anuncio de que un nuevo movimiento está naciendo. Una escuela en la que lo mejor de la juventud se une a los sectores más sanos y combativos de las generaciones anteriores. Los escépticos recalcitrantes cuestionan los errores y la ingenuidad de las propuestas. Para ellos, que lo han visto todo, esto acabará como el rosario de la aurora: desaparecerá sin más secuelas. Han "madurado" tanto que están podridos y no son capaces de ver más allá de sus narices. La vieja izquierda del sistema incluso ha intentado coquetear con los movilizados, aparentando comprenderlos, sin darse cuenta que no tienen nada que ofrecer, ni margen para engañar.

La democracia asamblearia, los talleres y las comisiones temáticas, la horizontalidad de las decisiones -con todas sus limitaciones- son la escuela en la que se va a forjar una nueva generación de luchadores. No estoy haciéndole la pelota a nadie. Este movimiento va a seguir y va a madurar porque no tiene otra salida. Una juventud sin futuro, sin trabajo o sin posibilidades de conseguirlo en condiciones dignas. Cinco millones de parados que van a ir perdiendo los subsidios con los que hasta ahora se apañaban para sobrevivir. El capitalismo está agotado, no da más de sí, salvo una barbarie que se vuelve cotidiana. La democracia capitalista, la democracia formal, sólo puede ser fuente de nuevas frustraciones. No puede asimilar ni siquiera los aspectos más tímidos de las reivindicaciones de los indignados. La democracia burguesa, corrompida hasta los tuétanos, siente terror a las demandas de transparencia. ¿La ingenuidad del movimiento? Sí, ¿y qué? El nuevo movimiento nace después de décadas de retroceso, de traiciones de la izquierda asimilada, de desarme ideológico, de un movimiento obrero en continuo retroceso. El rostro de la democracia del Sol expresa ese casi vacío en el que ha nacido. Pero, por eso, porque la sociedad capitalista en descomposición ya no tiene capacidad para engañar a nadie que no quiera ser engañado, el movimiento de los indignados promete un futuro intento de asaltar los cielos. Por eso, por todo eso, estamos y estaremos a su lado, incondicionalmente. ¡Esto es democracia, y no la de Repsol! ¡Qué se vayan todos!

Enric Mompó

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