A propósito del anteproyecto de Ley de Promoción Cultural en Bolivia: "TODA CLASE DE LICENCIA PARA EL ARTE"

A propósito del anteproyecto de Ley de Promoción Cultural en Bolivia:

"TODA CLASE DE LICENCIA PARA EL ARTE"

Artículo escrito por MILA MATIAS
El Ministerio de Culturas de Bolivia ha presentado un anteproyecto de Ley de Promoción Cultural, que es el copy-paste de la ley de mecenazgo de la ciudad de Buenos Aires. No le exigimos al Estado boliviano ni a nadie que invente la pólvora, pero si se trata de beneficiar al desarrollo cultural, como dice que pretende la propuesta, no deberían copiar una ley tan nefasta. Pero no se debemos ser tan crédulos con lo que nos pintan, quizás el objetivo es otro.

Las leyes de mecenazgo que han aplicado los estados en el aspecto cultural y artístico no tienen que ver con el concepto antiguo del mecenas, como el individuo que solventa y fomenta el arte “desinteresadamente”. Las leyes de mecenazgo aplicadas por los estados apelan a los intereses económicos de los privados: rebaja de impuestos (1). Es decir que los mecenazgos aplicados en las legislaciones actuales no son nada desinteresados.

Mecenazgo = privatización

Las leyes de mecenazgo pretenden la incorporación más activa de los entes privados en el desarrollo de la actividad artística y cultural: los beneficios fiscales otorgados conllevarían un mayor interés de los privados para intervenir en la cultura, pero ¿Un menor compromiso por parte del Estado?

Las leyes de mecenazgo se aplican en países donde los estados invierten cada vez menos en la cultura. Si en la mejor época neoliberal el Estado boliviano se desentendió de la salud, las telecomunicaciones, los servicios básicos, privatizando todo. Esta vez se diseña una política cultural asentada en la intervención de la empresa privada, no así en la intervención estatal como columna vertebral que garantice el acceso y desarrollo cultural. La privatización también es aplicable en este caso ¿Por qué no se propuso una ley en la que el Estado, a través de todas sus instancias nacionales y locales, se hiciera cargo de garantizar el desarrollo cultural y artístico?

Para muestra basta un botón: en 2011 se han rebajado los presupuestos para cultura en general. Por ejemplo, el departamento de Santa Cruz disminuyó su presupuesto en un 16% con respecto a 2010. Similar situación ocurrió en la ciudad de El Alto. Y con los mismos argumentos, el 28 de enero se despidió casi 100 trabajadores del Ministerio de Culturas (2).

Mientras la cultura enfrenta este panorama, el Gobierno decide otorgar más de la cuarta parte del presupuesto nacional (26%) al área de Defensa, que en 2011 recibe 286 millones de dólares, un 123% de incremento desde 2001. Y eso no es todo: los gastos burocráticos también se han incrementado el 50% entre 2010 (459 millones) y 2011 (818 millones de dólares). (3)

Todas las revoluciones tienen sus particularidades y su singularidad. Al parecer, la singularidad de la Revolución Cultural planteada por el Gobierno reside en que el Estado se desentienda de la cultura, otorgando protagonismo a la empresa privada. Es decir, ninguna novedad exceptuando el pomposo nombre.

El ARTE una MERCANCIA

El arte es un bien social, un derecho, porque es una expresión humana profunda: desde las emociones, desde los pensamientos, desde las contradicciones de la vida que atraviesa la existencia de cada mujer y hombre. Siendo así, nadie puede imponer formas y contenidos en el arte, ni tampoco su fin puede ser el mercado.

Sin embargo, el capitalismo ha hecho del arte una mercancía. Las leyes aplicables para el mercado también rigen para el arte. Y la aspiración de muchos artistas no es ya interpretar la realidad, expresar ideas y sentimientos a través del arte, si no producir bienes artísticos vendibles en el mercado. Entonces ¿no existe a este punto un condicionamiento del mercado sobre el artista y su obra? Evidentemente, colocar el arte en la categoría de mercancía ha significado el sometimiento del artista y del arte a los vaivenes del mercado.

“Toda clase de licencia para el arte”, concluían León Trotsky y el poeta André Breton en el Manifiesto por un Arte Revolucionario e Independiente. No sólo en referencia a la regimentación que la burocracia stalinista había puesto al arte, sino también al mercado, que es quien impone modas, quien dice lo que es arte y lo que no es arte. El mercado, entonces, está condicionando la libertad creativa: el artista tiene que producir para el mercado. Esto es otra forma de explotación capitalista.

Un arte revolucionario, un arte independiente, no tiene lugar en el mercado. Está condicionado a ser marginal. El mercado desarrollará sólo aquel arte que dé grandes ganancias, aquel que no altere la vida social, política y económica de la sociedad actual. Por ejemplo: las petroleras y mineras económicamente poderosas, a quienes vendría bien una ley de mecenazgo para rebajar sus impuestos (que además sabemos que incluso evaden), ¿harán de “mecenas” de las expresiones artísticas que reflejen el deseo de las masas bolivianas de expropiar a las transnacionales? Es iluso creer esto. Sin embargo, una expresión artística de esta naturaleza puede existir en el marco de la libertad. Lo cierto es que el mercado no da esa libertad. Los mecenas financiarán a El Gran Poder, super conciertos con bandas conocidas, promocionarán en cines multisalas (mejor si es con tecnología 3D), y obviamente muchos concursos de misses y eventos de moda… ¡la ley del mercado señores!

Ante la desatención y el abandono del Estado hacia el arte, es evidente que a muchos artistas les brillan los ojos y ven en la ley de mecenazgo una gran oportunidad para -por fin- poder “vivir del arte”. Pero esta visión es totalmente pragmática, no tiene en cuenta al arte como ese derecho universal, como ese bien del que debe disfrutar toda la humanidad, no sólo los ricachones que lo pueden pagar. El arte debe producirse en absoluta libertad y no a medida de los que quieran condicionarlo con financiamiento.

La cultura, como derecho, no es posible si no se articula con otros derechos económicos y sociales. Peor aún si el Estado se lava las manos y no destina recursos para fomentar estas actividades culturales ¿Dónde están los teatros, los cines que no sean negocio, las películas con apoyo estatal, las escuelas de artes, financiadas y fomentadas por la Revolución Cultural?

El arte es revolucionario

En este panorama, los artistas no pueden ser más que subversivos, y el arte no puede ser otra cosa que revolucionario. Revolucionario, no como el “realismo socialista”, que no tenía una pisca de genio, ni de grandeza y –peor aún- de libertad.

El arte ha de ser libre y revolucionario, ha de aspirar a “una reconstrucción completa y radical de la sociedad, aunque sólo fuese para liberar a la creación intelectual de las cadenas que la obstaculizan, y permitir a toda la humanidad elevarse a alturas que solamente genios aislados alcanzaron en el pasado”, volvían a la carga Trosky y Breton en el Manifiesto redactado por ambos. Adscribimos a esa idea y a la necesidad de liberar al arte para darlo a la humanidad entera.


(1) En el caso del anteproyecto de Ley de Promoción Cultural presentado en Bolivia, el 100% del monto de los financiamientos efectuados por los “mecenas” (auspiciadores y benefactores, serán considerados como un pago a cuenta de los impuestos correspondientes al ejercicio de su efectivización. Art. 19 y 20 del anteproyecto.
(2) Bolivia Decide, 6 de febrero de 2011.
(3) infodefensa.com - enero 2011.

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