Bodas de sangre (crisis mundial)

Jorge Altamira | 14 junio, 2012 | Comentarios (0) CRISIS MUNDIAL Europa asiste al final de un matrimonio que fue celebrado en su momento con fanfarria, pero que escondía un secreto que los contrayentes acabarían por descubrir al cabo de algún tiempo. Al final, lo que fue encapsulado al principio como una tragedia griega, acabó desplegando su potencia universal y ahora le toca a España asistir al desenlace de unas nupcias que, como en la pieza de Lorca, tendrá consecuencias colectivas. Los observadores más reputados de la escena económica internacional no se valen ahora del lenguaje financiero para esconder sus opiniones. “Esta vez, Europa está de verdad al borde del precipicio”, titula El País (10/6) la materia que firman el afamado Nouriel Roubini y el historiador inglés Niall Ferguson. Al mismo texto, el Financial Times lo encabezó de otra manera: “Alemania no acaba de aprender las lecciones de 1930″, mientras el principal columnista financiero de The Telegraph (10/6), aseguraba que “el mundo se encuentra incómodamente próximo a un 1931″. Son los años que dispararon la mayor depresión económica mundial en la historia del capitalismo. El editor de Financial Times no se había quedado atrás, unos días antes, cuando, sin reparar en las reglas de la lógica, concluía que “el pánico se ha convertido en completamente racional” (6/6). El fiasco español El detonante de todo este ‘catastrofismo’ fue el rescate de España por parte de la Comisión Europea y el FMI, un país que había sido caracterizado como ‘muy grande para ser salvado’, y cuyo sistema bancario calificado como “muy sólido” en una fecha tan cercana como febrero de 2010. La operación consiste en inyectar 100 mil millones de euros (aunque no se sabe si en dinero efectivo o en papeles de garantía) a un fondo estatal de rescate de bancos, o sea que incrementa la deuda pública española en un 15% de una sola vez, para hacer frente a una corrida bancaria que amenaza dejar a España sin bancos. En el primer trimestre del año salieron 97 mil millones de euros (Le Monde, 2/6), pero otros 45 mil millones lo hicieron en abril (Ambito, 13/6). La fuga supera el monto del salvamento. El 70% de ese dinero es retirado por bancos extranjeros, que no refinancian los créditos o sacan los depósitos; los ahorristas, como ocurre con frecuencia, llegarán tarde. A esto es necesario añadir la salida de capital que se produce por medio de la venta masiva de deuda pública por parte de fondos extranjeros, y la desvalorización consiguiente de los títulos que son objeto de este remate, que están en poder de los bancos españoles. La banca española está quebrada; esto vale potencialmente para ‘titanes’ como el Santander o el BBVA, que ven desvalorizarse sus participaciones o créditos a la industria, debido a la recesión económica. Con una deuda conjunta, pública y privada, de alrededor de tres billones de euros y un alto porcentaje de ella con la eurozona y fuera de ella, es por completo normal que los titulares de los medios se salgan de los goznes. Hay que advertir, de todos modos, algo que es esencial en la caracterización de la bancarrota actual: a partir de los activos y pasivos de los bancos se ha construido otro edifico financiero, más inmenso, que consiste en contratos de seguros sobre esos activos y pasivos, al igual que otras inversiones compensatorias (conocidas como “derivados”). De modo que reducir la crisis al ‘defol’ de los activos visibles (subyacentes), le priva a ella de perspectiva adecuada (catastrófica). El rescate en cuestión es, además, una falacia. Con una política de ‘ajuste’ que apunta a reducir la deuda pública, el rescate la aumenta. Al meter en las cuentas a un acreedor soberano -el Fondo Europeo de Rescate- desplaza la prioridad de los acreedores privados en un evento de quiebra. El aumento de la deuda pública, como ya se dijo antes, desvaloriza los activos del Estado en manos de los bancos, lo que aumenta su incapacidad de pago. España ha llegado a esta situación luego de haber obligado a la fusión de cinco bancos en quiebra, con el resultado de crear otro mayor, Bankia, al que primero intentó rescatar de la quiebra mediante una nacionalización parcial y que ahora debe socorrer el Fondo Europeo -en una suerte de supra nacionalización de un banco en gran parte nacionalizado. La desesperación de la operación de rescate queda definitivamente al desnudo cuando se sabe que los rescatistas ignoran la envergadura del agujero financiero que pretenden llenar, una vez que la auditora de Bankia (Deloitte) denunció que las cuentas de la entidad estaban fraguadas. Para que una auditora rehúse su colaboración en un fraude contable, la envergadura de la estafa debe ser francamente desproporcionada. Todos en la misma bolsa La quebradera bancaria no se limita a España; en la cola siguen Italia y Francia (“la salida de capitales en Italia ha subido a 322 mil millones de dólares desde 2009″ -Corriere della Sera, 31/5). Pero incluso los bancos de Alemania y Austria no están mejor: “Fueron los más golpeados en los primeros estadios de la crisis (…) aún atrapados en la burbuja hipotecaria de Estados Unidos” (Financial Times, 7/6), a lo cual suman “sectores problemáticos como el naval y financiero”. La agencia Moody’s “destacó la limitada capacidad de los bancos alemanes para hacer frente a pérdidas, dada su escasa rentabilidad y el escaso monto de patrimonio relativo al total de sus activos” (ídem). Una parte de la banca francesa está enterrada hasta el cuello en Grecia, en tanto que la de Italia acumula una parte colosal de la deuda pública italiana y en el este europeo y los Balcanes, al borde de un ‘defol’. La mayor parte de la banca se encuentra entrampada en la deuda pública de sus propios países. La misma agencia Moody’s destaca otro dato no menos relevante: la crisis no afecta solamente a los bancos, también golpea a los fondos que se endeudaron para comprar empresas en crisis: “La cuarta parte de 254 empresas que confrontan una renovación de 133 mil millones de euros de vencimientos de deuda en 2015, podrían verse en cesación de pagos y la cifra se podría duplicar si se cierran los mercados de deuda privada” (Le Monde, 31/5). Las fuerzas productivas se encuentran completamente empantanadas; para mover un dólar de producto, Estados Unidos necesita aplicar dos dólares con treinta centavos de palanca financiera (Corriere della Sera, 31/5) -a pesar de que tiene una deuda pública de nación y Estados de 20 billones de dólares y concentra la mitad del movimiento financiero fuera de balance bancario, de todo el mundo- alrededor 200 billones de dólares. Un punto fundamental de la crisis, que Prensa Obrera ha tocado varias veces, afecta no ya a la generalidad de los bancos sino a los bancos centrales nacionales de la zona euro. Ocurre que, a ‘grosso modo’, estos bancos centrales financiaron los saldos negativos del balance de pagos de sus países, primero en los tiempos de euforia importadora y luego (con la crisis) para rescatar a bancos y empresas de sus países, con crédito, principalmente, del Banco Central de Alemania, por medio de una operatoria especial prevista en los estatutos del Banco Central. Este mecanismo permitió un boom exportador por parte de Alemania, en la primera fase, y el sostenimiento de sus bancos y empresas a partir de la crisis. El monto de la deuda ha llegado a la generosa cifra de 800 mil millones de euros y, con suerte, llegará al billón al final de 2012. Es claro que el Bundesbank no logrará cobrar la mayor parte de esa deuda sin derribar a los bancos centrales nacionales deudores. Un rescate de los bancos centrales nacionales por parte del Banco Central Europeo es un contrasentido, porque equivaldría a usurpar una institución estatal autónoma. Alemania debería salir al rescate de su propio banco central. La fenomenal acumulación de capital, real y ficticio, propiciada por la formación de la zona euro, que estuvo ligada en forma íntima a la separación de Europa oriental y los Balcanes de la Unión Soviética ha llegado a su estación terminal. Con la reserva de estudiar el asunto con mayor cuidado, la bancarrota europea cierra el ciclo negativo de la disolución de la Unión Soviética y podría iniciar el ciclo positivo de una re-reunificación de Europa y Rusia bajo un régimen socialista. Salidas falsas El callejón sin salida en que ha entrado la crisis europea y mundial, ha obligado a los Estados a discutir caminos o instrumentos alternativos a los usados hasta ahora. Uno es que el salvamento de los bancos quede a cargo de los accionistas del banco, que perderían su capital, y de los acreedores, en el monto que corresponda. El capital desvalorizado del banco podría ser adquirido por nuevos inversores. Del rescate desde afuera, por el Estado o nuevos aportes de capital (‘bail-out’, en inglés), se pasaría al rescate desde adentro, a cargo de accionistas y acreedores (el ‘bail-in’). Como es claro que semejante destrucción oficial de capital precipitaría una depresión económica sin precedentes, la intención es inaugurar este proyecto a partir de 2017, cuando los autores imaginan que lo peor habrá pasado. El proyecto es al mismo tiempo una maniobra de baja altura de un conjunto de bancos norteamericanos, que para oponerse a nuevas regulaciones destinadas a reforzar su patrimonio, declaran su disposición a admitir la vigencia del ‘bail-in’ en un futuro. En síntesis, nada por aquí, nada por allá. La otra propuesta, que ha obtenido mayor difusión, es la llamada “unión bancaria”, que pondría al sistema bancario europeo bajo una protección y supervisión únicas. Es decir que el rescate de un banco en quiebra corra por cuenta de las instituciones europeas con independencia de la nacionalidad de la entidad desafortunada. Alemania, Austria, Finlandia y Holanda se oponen, por la simple razón de que serían ellas las que deberían cargar con la mayor parte de una factura que sería principalmente ajena. El capital no existe en general sino como una concurrencia o rivalidad entre capitales. Se ha hecho notar poco que una parte importante de la gran banca, mundialmente, está atiborrada de dinero, provista por enormes rescates de varios billones de dólares, que ni presta por temor a perder el dinero y que tampoco salda sus deudas a la espera de circunstancias mejores, o que prefiere usar en operaciones especulativas de plazo breve. O sea que mientras están reunidos los elementos monetarios de una salida general a la crisis bancaria, esta crisis se profundiza por la falta de oportunidades de negocios o por la competencia inter-bancaria. El llamado ‘bail-in’ es el procedimiento capitalista natural en cualquier crisis localizada; que se lo quiera regular o reglamentar es una contradicción de propósitos. La proposición más debatida es la de emitir eurobonos, o sea títulos públicos respaldados por la totalidad de los Estados de la zona euro, en proporción a sus recursos, para pagar o canjear la deuda pública de los Estados nacionales. Las objeciones a este planteo son numerosas: que esos bonos deberían ser garantizados por Estados que no garantizan el pago de su propia deuda nacional, por lo que al fin de cuentas serían los alemanes y consortes los que se verían obligados a poner la plata en el momento de la verdad. El gobierno de Alemania no rechaza, sin embargo, la propuesta: la condiciona a que se acepte la supervisión supra nacional de los planes de `ajuste’ de los países afectados. Primero el ´ajuste` y la pérdida de autonomía nacional, después el bono. Se trata, como es obvio, de un nuevo callejón sin salida. Más allá de eso, el ‘eurobono’ sería otra operación de rescate de un capital y finanzas públicas en quiebra; una salida especulativa parcial para el capital dinero que no tiene salida; y, en definitiva, el ingreso en una etapa más alta de la crisis. La propuesta de una ‘unión bancaria’ ha puesto, sin embargo, los pelos de punta a los ingleses – no así los ‘eurobonos’, que Estados Unidos, Gran Bretaña y Japón saludan, porque les permitiría sacar su plata enterrada en Europa (China, más precavida, advirtió que no pondría un peso en ‘eurobonos’ -The Wall Street Journal, 8/6). Una ‘unión bancaria’, en cambio, implicaría subsidios para los bancos continentales que rivalizan con el mercado financiero de Londres. Como se ve, el capitalismo es un reñidero de múltiples capitales que pujan por un mercado que se restringe, por utilidades que disminuyen y por la confiscación de la propiedad privada ajena para poder consolidar un monopolio. Cuestión planetaria ¿Cuáles son las alternativas? Interrogándose sobre lo que finalmente haría Alemania, la potencia rectora, el editor del Financial Times, Martin Wolf, se respondió, en un artículo en Le Monde: “j’ignore”. Que no lo sepa ni lo conjeture es una medida de la confusión que reina en los círculos dirigentes del imperialismo europeo. La estrategia de Alemania es, sin embargo, visible para cualquiera: “die Anschluss”, la anexión de la zona euro. Un ejemplo de ello es que ha exigido la creación de ‘zonas francas’ en las naciones en quiebra (O Estado de Sao Paulo, 26/5). Alemania, sin embargo, no tiene por ahora los medios militares, políticos o económicos para imponer una anexión -debe proceder por etapas, de acuerdo con las oportunidades que ofrezca la propia crisis. Tampoco puede proceder en forma administrativa: debe negociar o imponer su hegemonía a Francia, y negociar un reparto de influencias con Estados Unidos y China. Es que la bancarrota capitalista mundial tiene alcances históricos, no se reduce a un evento de quiebra sino que impone una reorganización planetaria del capital, incluidas por sobre todo las guerras. La obra de García Lorca es una excelente metáfora, porque alude a la disolución de la relación carnal entre el capital y la fuerza de trabajo. Es precisamente esta condición de conjunto la que determina que la salida a este derrumbe para la humanidad debe ser el socialismo, porque se trata precisamente de proceder a una reorganización social planetaria que debe tener por eje político y social al proletariado. Cuando la presente crisis mundial está a punto de ingresar en su sexto año, sus desarrollos fundamentales aún no han tenido lugar; sólo se ha desenvuelto el escenario preparatorio. Esta caracterización de conjunto debería ser la premisa de la estrategia revolucionaria.

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