La Otan amenaza a la revolución libia y a las revoluciones árabes

Solamente la ingenuidad o la defensa desembozada del imperialismo pueden concluir que el despliegue militar de la Otan tenga el propósito de poner fin al régimen de Gaddafi y ayudar a la revolución árabe. La experiencia del último mes ha demostrado sin atenuantes, que el imperialismo le ha soltado la mano a los dictadores a su servicio, para encarar la tarea de imponer a las revoluciones en curso límites sociales y políticos insalvables, y direcciones democratizantes que comulgan con el capital financiero internacional. Es lo que ha estado tratando de hacer en Túnez con el gobierno de transición que tiene ahora sus días contados; o con El Baradel y algunos bloqueros en Egipto. Gaddafi es, desde hace más de una década, un pitiimperialista (para tomar una expresión que Hugo Chávez aplica a sus opositores), cuyo régimen de dictadura familiar ha quedado definitivamente superado por los acontecimientos. El imperialismo está obligado a captar a la oposición insurgente y a sus direcciones, para evitar que la revolución, como en Túnez, se desplace violentamente hacia la izquierda. No solamente está en juego un país petrolero sino otros más como Bahrein y Omán, e incluso Arabia Saudita, donde los capitales (de las propias familias gobernantes) están huyendo en estampida, como lo muestra la caída del 25% de la Bolsa de Ryahd.

El campo revolucionario libio es consciente de esta situación. La amenaza de la Otan ha puesto al descubierto sus contradicciones: una fracción rechazó cualquier intervención de ella en la revolución, pero en las últimas horas algunos sectores la han comenzado a propiciarla con el argumento de los asesinatos de la camarilla de Gaddafi. Otro asunto es que, aunque la revolución crece, el balance de la capacidad militar todavía favorece al gobierno central. La quiebra de Gaddafi ha sembrado el pánico entre todas las camarillas petroleras del Medio Oriente, que ven como los fondos soberanos de uso particular del dictador libio, aplicados a la participación en grandes pulpos financieros, como Unicredit o la Finnmecánica italiana, quedan temporalmente confiscados en las naciones que son sus aliadas. Cualquier apoyo a Gaddafi, en estas circunstancias, es simplemente criminal. El rechazo a la Otan debe hacerse en nombre de la defensa de la revolución, no para sostener al contrarrevolucionario agonizante.

La propuesta de meter a la Otan en Libia, por otra parte, no solamente ha suscitado una división en el campo imperialista, por ejemplo entre Gran Bretaña y Estados Unidos, de un lado, y la UE del otro, sino también el recelo de China, que ha desplegado en la zona, por primera vez, a su propia Armada. Empantanados en Irak y Afganistán, y lidiando con una crisis financiera y fiscal histórica, los propios imperialistas cuidan sus pasos. En apenas seis semanas la crisis mundial ha registrado un giro extraordinario, que no dejará de afectar a ningún país y menos a la Argentina y a América Latina.

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